domingo, 2 de agosto de 2015

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Después de que el corazón se detenga, todavía hay siete minutos de actividad cerebral. Siete minutos; cuatrocientos veinte segundos, donde el cerebro reproduce todos los mejores momentos de la vida, como si así el camino a la extinción fuese más fácil. Cada persona ve cosas diferentes; algunos ven días de verano en un parque, mientras otros ven una noche tranquila con un libro en la mano. Algunos ven su baile de graduación mientras otros recuerdan su treinta cumpleaños. 
Yo te veo a ti. 
Veo el brillo de tus ojos a primera hora de la mañana. Quedan seis minutos. Veo los hoyuelos en tus mejillas, demasiado adorables para pasar como desapercibidos. Quedan cinco minutos. Veo la manera en la que los ojos se te cierran cuando sonríes. Quedan cuatro minutos. Veo el arrepentimiento de haber pronunciado aquellas palabras, ojalá mi lengua nunca las hubiera articulado. Quedan tres minutos. Veo las grietas que nuestros ultimátum comenzaron a crear. Quedan dos minutos. Veo nuestros fragmentos viniéndose abajo. Eran hermosos, como un millón de diamantes cayendo del cielo. Me recordaron a nosotros por lo rápido que se disiparon después de tocar el suelo. Queda un minuto. Es una pena. Nos arrastramos y nos elevamos, y al final, creamos un lugar donde a penas hay felicidad. Cero.

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